miércoles, 4 de marzo de 2009

LÁGRIMAS y ARENAS


Fina era la arena donde cayeron mis lágrimas, aquel amanecer en la playa, cuando al despertar encontré sobre tu almohada aquella carta de despedida y aunque blanco y brilloso se tornaba esa quieta arena con los primeros rayos del Sol, apenas rosada por suaves olas que rompían en limpia espuma, allí quedaron des-parradamente tendidas e inertes para verse por siempre a lo lejos esos sentimientos del silencio por tu ausencia, que por cada línea corrían por mi triste rostro cayendo lentamente en cada paso que daba, sin un camino ciertamente trazado rumbo a la nada por el dolor de haberte perdido, las aves cantaban una suave tonada del caído, mientras a lo lejos una sirena de un barco se dejó escuchar atenuándose poco a poco como un eco de adiós, despertando en mi mente recuerdos divinos por aquellas dos personas amables que se durmieron por últimas vez, en los brazos en su tiempo y espacio de amarse y levantando la cabeza, observé a lo lejos por última vez, lo bello y natural de un horizonte marcado, donde parecía que el cielo se unía besándose en su amor eterno con el hermoso mar azul, escoltado por elevados montes reverdecidos y comenzó a formárseme un nudo en la garganta que me ahogaba, aunado a un sollozo que a cada instante se hacia mas grande en mi desesperación de verte y tenerte otra vez en mis brazos para amarte como ayer, pero al continuar leyendo tu carta, comprendí que el destino estaba ya escrito con lágrimas de estíos para ser vivido en plena soledad, porque el fin era irreversible, para la luz del alma enamorada y el corazón apasionado, al dejar de ser en ti, lo primero y principal que seguirías esperando sentir y ver al despertar sobre tu pecho desnudo, con una fresca sonrisa dibujada en tus dulces y ansiados labios rosados, cada amanecer de tu vida, el olvido había llegado y quedarse, para todo lo vivido y sentido en la piel, durante tantos años juntos.
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Sergio Yglesias García
Caracas, 09/12/2008 09:30 am.

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