Todavía recuerdo el primer encuentro con ese beso que en mis labios quemó las ganas de besarte hasta la saciedad, con una pasión creciente en la mente que cautiva pedía libertad, acortando casi siempre palabras precisas antes de terminar, por un fuego ardiente que furioso corría en las venas que urgente teníamos que apaciguar, el tiempo pasaba en espacios pequeños del pensamiento, con un sueño que se intentaba forjar en la mirada la determinación y con profundo anhelo se dio rienda suelta a la imaginación, cuerpo sobre cuerpo desnudo en tierra, las manos tomaron acción, caricias subían y bajaban en delicada y continua dedicación y con toques sutiles del momento, se exploró una piel habida de conocimiento, dejando detalles por huellas de amor que el alma inmediatamente absorbió, reflejándola lenta y fraguadamente en la mirada al despertar con una picaresca y cálida sonrisa de amanecer, sin llegar a pronunciar nada y tus brazos buscaron efusivamente los míos, acercándome hasta tu querido pecho, reescribiendo la historia consumada el día anterior, sin llegar a sospechar que esta sería la última oportunidad que nos amaríamos divinamente, porque al esperarte ese fin de semana ansiosamente creyendo en aquella promesa de amor, buscando recrear la continuidad de ese sueño divino, me doy cuenta con dos lágrimas que corrían por mi rostro, una por mi sentida y otro por ti ausente, que solo y triste me encontraría parado en esa tierra de nadie en pleno silencio de olvido, al Tú nunca más estar recordando juntos, la presencia de ayer en los brazos.
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Sergio Yglesias García
Caracas, 13/01/2009 12:00 PM.
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